Ya hay 150.000 chinos en España que regentan más de 10.000
establecimientos, la mayoría ilegales. No registran sus negocios, no pagan
impuestos, se saltan los horarios comerciales y venden cualquier cosa sin temor
a ser inspeccionados. Todo un desafío a la ley que los empresarios españoles no
hacen más que denunciar sin resultados.
Mientras cuatro millones de
españoles suplican por un trabajo, los 150.000 orientales que residen en España
aumentan sus fortunas gracias a una brillante idea de negocio: productos a
precios mínimos con los que se hacen fuertes frente a las grandes superficies.
No pagan impuestos ni tampoco cotizan a la Seguridad Social. No se trata de que
los acuerdos comerciales entre China y España sean mejores que los internos,
sino de una evasión de la legalidad a conciencia.
Un establecimiento chino, como
cualquier otro, debe tener cobertura administrativa, licencia de apertura y de
obra, altas de electricidad, agua, etc., estar dado de alta como sociedad o
persona física y todos los empleados deben tener la cobertura de la Seguridad
Social. Si eso no es así, los gastos generales de esa tienda serán notablemente
inferiores a los del establecimiento que sí cumple la ley, por lo que competir
con ellos se hace
muy complejo.
Mitos que se desmontan
“No es que no
paguen impuestos; sencillamente, como no se dan de alta, no tributan”. Lo
explica Alfonso Tezanos, presidente de la Fedecam. Dice que las leyes son las
mismas para chinos y españoles, pero siempre hay artimañas para saltárselas.
Así que eso de que los asiáticos pueden abrir negocios durante cinco años sin
pagar impuestos se queda en un mito.
La mayoría de
los productos que venden salen de los grandes almacenes de polígonos, a los que
“cualquiera puede ir a comprar. Y, aunque pongan impedimentos y pidan una
licencia fiscal, al final, cuando sales con la compra -no nos engañemos- si
quieres pagar sin IVA, puedes hacerlo perfectamente”. El presidente de Fedecam
recalca que los productos de bazar y textil, al no tener factura de origen y
venderse en establecimientos que no están dados de alta, no tributan.
Más de
ochocientas son las denuncias que Fedecam ha puesto desde 2006 hasta la fecha.
Barato, bonito
y de baja calidad
“Cuando
adquirimos un martillo en un chino y se rompe nadie va a pedir explicaciones al
bazar en el que lo ha comprado, ni solicitará una hoja de reclamaciones, aunque
se haya estropeado al segundo día de tenerlo”. Parte del problema, explica
Tezanos a ÉPOCA, es que los consumidores no exigen calidad a los comercios
chinos. “Total, sólo habremos perdido unos 60 céntimos o un euro como mucho”,
solemos pensar sin exigir un mínimo de calidad a lo que nos venden. “Nos hemos
encontrado con unos pequeños establecimientos que tienen una mano de obra y
unos costes de producción absolutamente baratos y que trabajan todas las horas
del día, permanentemente”.
Además de que
los chinos se multipliquen por cualquier esquina donde haya un hueco, a los
empresarios españoles les preocupa la deslealtad de la competencia. Sus
jornadas laborales duran de 12 a 16 horas y venden de todo: comida, sartenes,
tornillos, barras para las cortinas de la ducha, pulseras antiestrés a precios
irrisorios…
Antes, cuando no
encontrabas algo, alguien te decía: “Mira en El Corte Inglés”. Ahora te dice:
“Vete a un chino”. La competencia llega más allá de no pagar impuestos, de los
precios desleales y de saltarse los horarios -más competitivos que los que
mantenían los grandes almacenes- .
Se trata de la
falsificación y la imitación, que afecta al textil. Un problema del que “en
parte todos somos responsables”, dice Tezanos. ¿Quién no se ha comprado, o ha
intentado adquirir, un bolso Louis Vuitton por 90 euros y regateando en alguna
calle para no pagar los 900 euros que puede costar un original en tienda? “Los
negocios de confección textil están siendo triturados por la maquinaria
industrial de la falsificación y la imitación que tiene China.
En los dos casos
estamos ante actos delictivos”, señala Tezanos. Denuncia, además, que los
responsables van pasando la pelota de un tejado a otro -“las Administraciones
de consumo siempre dicen que eso es competencia de otros departamentos
administrativos”- y al final se produce otro vacío de persecución del que nadie
se hace cargo y del que los chinos sacan partido. “Ése es el mayor perjuicio”,
según Fedecam.
Un
establecimiento normal que tiene que vender un polo Lacoste o Ralph Lauren a un
precio determinado por ser original se encuentra con que, en la esquina de su
barrio, lo están vendiendo a un precio 30 ó 40 veces inferior sencillamente
porque es falso o una imitación. “La realidad del comercio chino es
absolutamente evidente y decir que este comercio se ajusta a los parámetros
legales es rotundamente falso”.
El nuevo inmigrante chino
En Barcelona, durante muchos años el barrio
del Raval fue popularmente conocido como el Barrio Chino. En los últimos años,
la llegada de pakistaníes hizo que los chinos se marcharan a otro barrio
periférico de la Ciudad Condal, Santa Coloma de Gramanet, cuyas calles,
abarrotadas por pequeños y grandes comercios, nos trasladan a la propia
Shanghai.
En la capital catalana viven unos 30.000
asiáticos. Quienes estudian la evolución de la comunidad china en España
aseguran que el perfil de los chinos que vienen al país ha cambiado
completamente y desmienten los tópicos sobre esta comunidad.
El restaurante, que era la principal actividad
china, ha sido sustituido por otras: “Eso era en los noventa. Después,
empezaron a trabajar en el sector textil y, a partir de entonces, se
concentraron en la calle Trafalgar y alrededores. Ahí empezaron a surgir otros
pequeños comercios para cubrir las necesidades de esos chinos, como
supermercados, carnicerías y peluquerías chinas.
Hoy también hay abogados, médicos, resultado
de la segunda generación, que ya está formada”, explica Lam Chuen Ping,
presidente de la Unión de Asociaciones Chinas de Cataluña en una entrevista
publicada en La Vanguardia. Se trata del efecto llamada que, en su momento, era
la tranquilidad económica que vivíamos. “Primero llega uno, que se hace cargo de
un restaurante traspasado”, explica Chuen Ping. “ Cuando ya empieza a marchar,
mete a su mujer y a dos o tres parientes, y los niños se encargan de llevar el
ordenador del local cuando salen de la escuela.
Mientras, el cabeza de familia ya está
abriendo otro negocio, un almacén de ropa, por ejemplo”, hasta el punto de que
una sola familia puede poseer más de tres negocios. Estas pequeñas empresas son
muy bien acogidas por el público en general. ¿A quién no le ha salvado de más
de un apuro un chino abierto hasta las 11 de la noche? Y, ahora, además de
restaurantes y bazares, un fenómeno nuevo al que todavía los locales no nos
hemos acostumbrado: la peluquería. Recortarse el flequillo o hacerse la
permanente siete días a la semana y a unos precios imbatibles gracias a las
nuevas peluquerías regentadas por ciudadanos chinos todavía no se ha
instaurado.
Pero tiempo al tiempo... “Los chinos nos
marcamos un reto: trabajar cinco años duro para poder poner un negocio propio”,
cuenta Lei Lei Ma, propietaria de una inmobiliaria china. Y pone un ejemplo:
“Una familia de cuatro miembros con unos ingresos de 2.000 euros al mes gasta a
lo sumo 300 en comida. El resto es capaz de ahorrarlo para invertirlo”.
Esta información la he encontrado en la web de Intereconomía. Pero no la he puesto solo para rellenar huecos en este proyecto.
Considero que todo lo que pone en este artículo es lo que la mayoría de los españoles piensa, y yo me siento identificado con algunos aspectos.
Es una buena cuestión para plantearse eso de que nadie vaya a protestar a los comercios chinos si algún producto le sale defectuoso.
La verdad es que la gente por el simple hecho de no tener que ir a la tienda a cambiarlo y hablar con un comerciante que la mayoría de las veces no te entiende, o por el hecho de no discutir, prefiere aguantarse y no protestar. A veces vale más la pena comprar otro producto, aprovechando su bajo precio, que intentar cambiarlo.
Pero esa no es la única cuestión que este artículo plantea. Yo no soy una persona capaz de preguntarle a un comerciante chino si paga impuestos o no, pero en el caso de que haya algunos que no los tenga que pagar, el Gobierno de España tendría que replantearse esa ley porque los asiáticos les están quitando a los españoles muchos puestos de trabajo, que actualmente no se puede decir que sobren. ¿O es que acaso los gobiernos chino y español tienen algún acuerdo misterioso?
Creo que hablo en nombre de miles de españoles cuando digo que no me parece nada justo que a un empresario español le sancionen o le cierren su negocio por tener alguna que otra denuncia, y que a los comercios chinos por más que le llegan denuncias y denuncias, no les hagan nunca nada. ¿Es esto justicia?, ¿A quién se quiere favorecer con esto?. A los españoles desde luego no.
Pero ojo, que yo no critico para nada la labor de los chinos, que me parecen personas inteligentes, que saben aprovechar muy bien las facilidades que les da nuestro gobierno para enriquecerse.
En la vida no siempre gana más el que más trabaja, sino el que mejor se lo monta para ello.
He de reconocer, que yo soy una persona que utiliza bastante el recurso de acudir a un comercio chino cuando tengo que comprar algo, y siempre me ha valido a la perfección.
Aunque tengo que admitir que me inquieta mucho el hecho de que los chinos me persigan por los pasillos y que sigan todos mis movimientos con la mirada.
También me preocupa un poco el aumento que ha habido en los últimos años de estos comercios, porque quitan muchos empleos. Pero esta es la realidad que nos toca vivir y tenemos que afrontarla lo mejor que podamos, mientras esperamos la tan ansiada mejoría.